
Sólo hay dos razones para acercarse a alguien: por necesidad y por gusto. El resto son combinaciones más o menos originales, más o menos contradictorias, más o menos creíbles.
Así que parece fácil. Cuando te acercas a alguien, cuando alguien se te acerca, debería bastar con hacerse la pregunta adecuada para conocer la respuesta exacta. Y, de este modo, dejarle acercarse o levantar una valla.
Pero es que es bastante más complicado de lo que parece discernir entre ambas. Porque la necesidad y el gusto se envuelven, una a la otra, con el modo en que se superponen las capas de una cebolla. Quizá sea por eso que, cuando se rebusca en el fondo, suelen escaparse algunas lágrimas.
¿Me acerqué a ti, te acercaste, por gusto o por necesidad? No hace falta que nos respondamos a corazón abierto, porque es bastante probable que llamemos necesidad al gusto y, mucho más problable aún, que llamemos gusto a la necesidad.
No es sencillo descubrir las razones del primer paso, sobre todo, mientras vamos caminando. Es cuando uno se para, cuando el impulso se agota, cuando aparecen (o mejor dicho, desaparecen) las claves del principio.
Y entonces, cuando te vas alejando del otro, bien sea muy poco a poco, escatimando imperceptiblemente la longitud de tus pasos, o bien de golpe, en la escena del sofá y el paso atrás, es cuando aparecen las respuestas con más claridad. Quizás sea por eso que, si miras bien el cartel de la película, es probable que veas una lágrima.
No he visto aún la película, pero estoy convencido de que Allen estará de acuerdo conmigo en que, cuando el gusto y la necesidad pugnan y se contradicen, al final, siempre, absolutamente siempre, muy por encima del azar, manda la necesidad.
Porque, como todo el mundo sabe, la necesidad nace, crece hasta ocuparlo todo, se satisface de algún modo que cansa y, al final, muere derrumbando todo lo que construyó a su paso.
Porque, como todo el mundo sabe, se puede vivir con el corazón roto… pero es completamente imposible dormir con los pies helados.
Desenlace
Yo vivo solo
al borde del agua sin esposa ni hijos.He girado en torno a muchas posibilidades
para llegar a lo siguiente:
una pequeña casa a la orilla de un agua gris,
con las ventanas siempre abiertas
hacia el mar añejo. No elegimos estas cosas.Mas somos lo que hemos hecho.
Sufrimos, los años pasan,
dejamos caer el peso pero no nuestra necesidad
de cargar con algo. El amor es una piedra
que se asentó en el fondo del mar
bajo el agua gris. Ahora, ya no le pido nada a
la poesía sino buenos sentimientos,
ni misericordia, ni fama, ni Curación. Mujer silenciosa,
podemos sentarnos a mirar las aguas grises,
y en una vida inmaculada
por la mediocridad y la basura
vivir al modo de las rocas.Voy a olvidar la sensibilidad,
olvidaré mi talento. Eso será más grande
y más difícil que lo que pasa por ser la vida.(Derek Walcott)