Abomino los fastos que se expenden como si fuesen una cura contra la pobreza, abomino esa felicidad de mercadería que se lanza envuelta en frases conmovedoras de temporada.
Detesto el derroche de luces que no consigue ocultar las miserias. Odio la palabra “libre” cuando se deja pisar por un anuncio publicitario. Abomino la alegría y el dolor convertidos en espectáculo televisivo. Me revientan los telediarios que se dedican con voz afectada a las matanzas ajenas mientras pasan de puntillas por las escabechinas propias.
Abomino también a quienes esconden la cabeza en alguna tristeza para no ver las luces, como abomino a quienes esconden la cabeza en las luces para no ver la tristeza.
Abomino a quienes ya lo sabían y pudieron dormir a pierna suelta. No soporto a los que resumen el amor y la familia en una comida o en una noche, por buena que sea.
Me dan dentera los finales felices de las películas, especialmente esas en las que los malos acaban haciendo algo bueno y parece que no hay más cojones que perdonarles las putadas anteriores.
Desprecio profundamente a aquellos que cuando piensan en un regalo, sólo consiguen imaginarse un algo que se compra.
Detesto, en fin, a todas esas personas de buena voluntad a las que siempre hay que suponérsela. Quizás esta noche, precisamente por eso, me deteste también a mí mismo.
QUÉ EXTRAÑA TODA ESA GENTE
Qué extraña toda esa gente.Llenan los comercios, las calles, las oficinas,
amables, bien vestidos, sonrientes.Qué extraña toda esa gente
a la que el corazón sólo obliga
a dejar de fumar y
hacer ejercicio moderado.(Ángeles Carbajal, La sombra de otros días)