Ausencias

Me preguntas que quién me falta
como si procedieras
de un mundo macizo,
de una tierra inhoradable
en dónde nadie sabe de huecos.

Si la memoria existe,
y no es sólo novela de ficción
transformada en guión de película,
si la memoria existe
es para poder hacer inventario
y facilitar el minucioso recuento
de todo lo que vamos perdiendo
poco a poco.

Los huesos de la vida están llenos
de cavidades aisladas, de agujeros,
que la hacen más liviana, le quitan carga
y, al mismo tiempo,
la mantienen más difícil de quebrar.
A veces se comportan como heridas,
es cierto -y, si la memoria existe,
es para taparlas con cicatrices
y proteger la médula de la intemperie-
pero sólo son oquedades tácitas,
puntos por dónde el mundo deja de ser opaco
y permite que pase la luz.

Son huecos como los que viven entre letra y letra,
como los espacios que hay entre palabras,
sirven para respirar en mitad del párrafo,
para darle orden y claridad al mensaje,
para que podamos cerrar un momento los ojos del libro
entre página y página.

Y aunque, de tanto en tanto
reclamen nuestra atención sobre una playa,
bajo un aroma cercano o entre los versos
de un poema que nos cae encima
y nos aplasta durante un momento,
sólo molestan para anunciarnos
con su silencio tibio, con su dolor endeble,
que hay que seguir con la vida.

Y que va a cambiar el tiempo.

MONÓLOGO
Cada palabra es una clave
y una explica la otra
y todas juntas
no alcanzan a decir
lo que yo quiero.

Soledad, por ejemplo,
es como un hueco enorme
o una piedra cayendo en el vacío
o el dolor en el pecho
cuando niño te quedas en la calle
sin conocer a nadie
o viene el padre y parte
y entonces la ternura
se convierte en lágrimas,
en odio, en largo desconsuelo
y hasta te hiere el aire
y caminar no basta
y dormir es morir pero te duermes.


Soledad no es el acto de estar solo,
es buscar en los otros tu estatura,
tu dimensión exacta,
o más bien repartirte,
formar un ancho coro de ti mismo
y luego no encontrarte en los que pasan.

Qué soledad la del que pide a gritos,
a golpe de ternura en medio de la gente,
que la risa sea risa
y que el odio sea odio,
que la mano apriete fraternal
o clave su cuchillo,
y que el hombre sea hombre
por encima de todas las miserias.

Cada palabra es una clave
y una explica la otra
y todas juntas
no alcanzan a decir
lo que yo quiero.

(Waldo Leyva)

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