Preposiciones deshonestas
A cuatro patas
ante el morbo del espejo.Bajo el cobertor arrugado
cabe encontrar un trozo de cielo.Con tu espalda atrapada
contra la pared fría,
de rodillas en el suelo,
desde el primer beso
en el sofá que chirría,
entre tus piernas desplegadas,
hacia fuera y hacia dentro,
hasta el fondo del estruendo
para llegar a la pulpa del gemido.Por encima de la ropa,
según se erizan tus pezones
sin miedo a la mordedura,
so pretexto de una piel que se desnuda,
sobre la alfombra de las doce,
tras la puerta que se cierra.Durante horas abiertas,
mediante el amor y su roce,
como un dulce vaivén
deshonesto, infiel,
húmedo y salobre.(La vida es insomnio, octubre 2012)
Dentro
Suelo escribir en la soledad de mi ordenador, en el mismo sillón, al lado de la misma ventana. No sé si es una de tantas manías absurdas en sí mismas, pero en las que creemos con fe de catecismo.
Como tocarse las llaves en el bolsillo antes de tirar de la puerta o apagar y encender la luz cinco veces. O ponerse la camisa roja de la suerte o sacar siempre primero el pie izquierdo de la ducha. Manías impenitentes que un día empezaron por alguna causa que ahora ya no recordamos.
Cuando escribo, procuro sentarme allí, en el sitio de las musas, en donde siempre escribo. Como si hubiera algo más de ellas en ese asiento que en ninguna otra parte del mundo.
Ahora que tengo un ratito, con la tranquilidad de quien se siente en casa, he pensado que, si hay algún sitio en que las huellas se me aparezcan sin recato y sin interrupción, es precisamente en este tiempo y en este espacio.
Así que me he puesto aquí, en este rincón del universo en el que tal vez podamos coincidir alguna vez, para dejar que salgan palabras, que me hagan cosquillas en los dedos al teclearlas e intentar componer con ellas un pensamiento que nos acerque un poquito.
Pero me estoy dando cuenta que no es éste el sitio en el que las presencias son más fuertes. Ni tampoco el otro sillón, ni la esquina del ángulo muerto, ni la sombra del árbol, ni ningún portal.
El sitio en el que más te siento, en el que estás siempre, lo llevo dentro.
Pero no sé cómo se llama.
(octubre, 2010)
Condena
Aquel que desea la felicidad, esta condenado a buscarla. Quien la encuentra, a perderla. Quien la pierde, a recordarla. Y quien es capaz de recordarla, puede sentirse afortunado, porque, al menos alguna vez, caminó de su mano.
Aún siento su tacto sobre mi piel de vez en cuando. Quizá no se haya ido del todo de mi lado… todavía.
(Instanteca, octubre 2006)